domingo, 29 de noviembre de 2009

El fantasma que sopla bajo la puerta

En el piso de la Calle Buenos Aires el comedor comunicaba con la habitación de matrimonio. Era un piso mal distribuído, con enormes espacios desaprovechados en un interminable y oscuro pasillo en forma de "L".

Los pisos, como las personas, con los años, van cogiendo holguras. Ya nada encaja como de nuevo.

En aquel piso se colaba por las rendijas de las ventanas la corriente de aire de la calle para luego escurrirse por debajo de la puerta. Si hacía suficiente viento en la calle, la puerta plañía a pecho partido como un alma en pena (uhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!).

Eso sólo pasaba si el día estaba triste, con lluvia o por la noche. No podía ser de otra manera. Si hay algo que tienen los pisos viejos es coherencia. No puede ser que en la calle haga un sol espatarrante y que el piso se queje vaya usted a saber de qué.

No recordaba aquel lamento hasta que hoy, 30 años después, sentado en el despacho a la luz de las nubes que se cuelan por la ventana y amenazan lluvia, el piso nuevo me ha susurrado suave al oído (uhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!!!!).

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